Invierno de furia en la Narvarte

Eran las últimas horas. Los últimos minutos. Los estertores finales. Nadie había pensado en que sería una lucha en vano. Ni que enfrentarían la caradura del gobierno. No muy lejos de ahí había huellas de batallas perdidas, como las de algunos vecinos que se opusieron a la tala de árboles sobre avenida Cuauhtémoc; y más al norte, en Tlatelolco, quedaban sepultadas otras protestas por la misma causa. Heridas frescas de lo que será la Línea 3 del Metrobús, cuya ruta simula una zona de guerra.
Y ahora, 20 días después, estos rostros, jóvenes y maduros, mostraban desesperanza y rabia acumuladas. Trataban de sobreponerse y mordían su coraje frente a máquinas que picoteaban el corazón de su colonia. La hilera de vecinos, hombres y mujeres, formaban parapetos, pero los trascabos, muy cerca de ellos, clavaban sus dientes metálicos sobre el asfalto. Muy cerca de octogenarias palmeras, símbolos de la Narvarte, sentían los estrépitos. Era socavada una colonia de prosapia.
El cobertizo blanco, bajo el cual persistieron desde el 8 de diciembre, estaba rodeado de 800 granaderos que, milímetro a milímetro, sacudían botas y escudos; del otro lado del camellón, mientras tanto, cucharas de acero hundían su dentadura en forma sincronizada. Lo hacían a poca distancia de un grupo de vecinas, la mayoría ancianas que, sentadas, veían girar y escuchaban la amenaza de un amasijo de fierros y pistones.
Borboteaban motores.
Y hervía el coraje.
***
Con el temor encima habían amanecido ese día, 28 de diciembre, del agonizante 2010, y resistían los embates de una autoridad que los había escuchado sin hacerles caso, pues la orden ya había sido dictada desde lo más alto: hacer un paradero del Metrobús sobre Diagonal Poniente. Por eso reinaba el temor y la indignación. “Una resistencia civil pacífica y apartidista”. Éste era su lema. Su blindaje.
De nada les serviría.
Desde un principio se organizaron y exigieron razones. Como respuesta obtuvieron mutismo y engaños; luego, maquinaria pesada y piquetes de granaderos. Entonces formaron barricadas. Gente de la tercera edad. Mujeres y niños. Y quedaron huérfanos de autoridad. Ni por ellos daba la cara su delegado en Benito Juárez. Pedían diálogo y recibían palo.
Helicópteros policiacos sobrevolaban. Las autoridades delegacionales señalaban al Gobierno del Distrito Federal; éstas se sacudían las manos y encogían los hombros, tanteaban y mentían. Esto último sería corroborado por los inconformes. Transcurrían los días. La resistencia persistía.
El frente común de colonos tomaba forma bajo una carpa ubicada sobre el camellón, entre Anaxágoras y Pitágoras, donde llevaban una bitácora entre enviados de las autoridades. En realidad ninguno de éstos ofrecía alternativa. Los vecinos, por su parte, exigían planeación oficial, “sin afectar”, y aclararon:
“No nos oponemos al Metrobús, que es un bien común que beneficia a muchos mexicanos; nos oponemos a la Estación de Transferencia en esta calle, ya que las condiciones de la misma no son las apropiadas para llevar a cabo un área de maniobras como la que pretenden”.
***
Y ahí aguardaban.
Y se cumplía el ultimátum. Estaban conscientes de que los granaderos permanecían ahí para cumplir una orden definitiva y, si era posible, arrasar con el cobertizo, pero ellos no deseaban mártires en esta lucha. “¡Vecino, únete, conservemos nuestro camellón y las palmeras!” Serían las últimas voces. En medio del traqueteo de la maquinaria que hacía retumbar la tierra.
Un grupo de señoras, la mayoría ancianas, formaba una hilera sentadas en sillas de plástico. Era una presencia simbólica. Sabían que no podían arriesgarse demasiado. Ya había antecedentes de atropellos. Doña Susana, de 65 años, quien vive en la calle Pitágoras, pronunció algo que se repetían aquí:
—Lo peor que puede pasar es que llegue a la Presidencia de la República —dijo Susana, refiriéndose al jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard—. Es el peor gobernante. Porque… ¿qué hacemos, díganos? ¿Exponernos? Somos personas mayores.
—Sí, díganos —preguntaba, en busca de respuestas, doña Lidia Martínez, de 77 años —¿qué hacemos? De aquí somos, aquí vivimos, aquí estudiaron y se casaron nuestros hijos.
—Tengo 45 años viviendo en la Narvarte —añadió Evelia Villa, con siete décadas y ojos a punto de soltar lágrimas— y yo le pregunto: ¿qué hacemos ante tanta impunidad? ¿Que nos van a quitar a los ambulantes? Es su obligación. Pagamos los impuestos más altos. Vea cómo acaban con la vida de uno.
—¡Aplasten nuestros derechos! —retaba otra mujer, quien veía a la “fuerza pública” avanzar sobre el cobertizo.
Y lanzaban consignas de “No a la violencia” y “Narvarte unida, jamás será vencida”. Era ése, no obstante, el día final, mientras dirigentes vecinales descubrían “la presencia de provocadores”, quienes, sin haber asistido a reuniones, ahora sí mostraban beligerancia y se adueñaban de la carpa.
Y finalmente, después de 20 días, se replegarían hacia la banqueta, pues 600 granaderos avanzaban con paso firme, preparados con escudos y macanas, sin que hasta ese momento el Gobierno del DF, aseguraban, presentara estudios de impacto ambiental, ni de mecánica de uso de suelo. Nada.
Y ante “el despliegue absurdo de la fuerza pública”, reflexionaría Andrea Martínez, no tuvieron más alternativa que retirarse de la zona “y observar con dolor e indignación cómo se destruía esta calle junto con sus palmeras, y permanecer únicamente como testigos de los actos dictatoriales de nuestros gobernantes”.
Y ahí andaba Andrea, productora de medios audiovisuales —publicidad, cine, documental, video—, quien se involucró en la lucha vecinal desde aquella noche que vio por su ventana cómo trabajadores comenzaron a cercar la zona con enormes vallas naranjas, y entonces “me brotó un inmenso enojo”.
Desde ese momento, recuerda, buscó la forma de enterarse más y hacer algo al respecto. Tenía contacto con algunos medios informativos y los buscó, y se convirtió en vocera de los vecinos inconformes y redactó boletines, se hizo de un altavoz y convocó a que se realizaran asambleas diarias.
Y así germinó todo.
“No fue algo que me propusiera, ni siquiera que buscara, sólo sucedió y de pronto esa enorme responsabilidad, y no quedó más que asumirla con respeto, ya que el hecho de que tanta gente confíe en ti es muy imponente y no te puedes dar el lujo de defraudarlos”, relata Andrea.
Mañana lunes, 3 de enero de 2011, tendrán una junta con el subsecretario de Gobierno del DF, Juan José García Ochoa, el mismo funcionario que, recuerda Andrea, “desacreditó nuestro movimiento declarando en medios de comunicación que esta zona no se vería afectada, ya que estaba abandonada, y que en ningún momento hubo presencia de granaderos”.

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